
Durante años el país masticó nitroglicerina, banderas, cascos rajados, cartílagos, mugre, metralla, aviones supersónicos, discursos desde el Despacho Oval, estadísticas, cuerpos envueltos en plástico, banderas como sudarios e himnos gospel. Hasta que la maquinaria, saturada, explotó. O sea, que en Estados Unidos, público, medios, mandamases, los que hacen crucigramas con las encuentas, el ejecutivo publicitario, los programadores y el redactor jefe han enviado al retrete los coches bomba. No por egoísmo, cálculo electoral, maquinación mercantilista, patriotismo retroactivado o ceguera, sino, más modestamente, por hastío. Nuestro idilio con los dramas bélicos tiene un límite, pasado el cual le damos al manubrio del mando a distancia y elegimos el runrún de la publicidad.
Claro que la muerte sigue girando. Van 4.000 soldados muertos, y al menos 250.000 con incapacidad física o psíquica permanente, pero como explicó en su día Norman Mailer el 'leviatán' intelectual de la prensa necesita combustible, ingentes cantidades de comida basura, muertos aseados, ases del deporte, líos de bragas, coches relucientes, cópulas codificadas, primarias, francotiradores, modelos, máquinas para adelgazar y pastillas contra la depresión. Ni siquiera el mejor tema copará titulares eternamanente. En casos de saturación la acción termina por aburrir, los protagonistas pierden fuste, las hogueras brillo y al sargento liquidado en combate le salen hongos sobre los entorchados.
El problema de las guerras prolongadas es derivan hieden; si encima se libran a miles de kilómetros de Washington D.C., la distancia añade una pátina surreal al conflicto, algo así como los cuernos intuidos de una novia en permanente viaje de estudios: duelen, pero terminan por ahogarse entre cerveza, frases bienhumoradas y abrazos/macho de los amigos. No sabemos si nos engañan, pero la casquería resulta más asumible desde casa. Felices de recorrer los pasillos del supermercado sin percances, en el bar, de paseo por el malecón o sintonizando el último partido de los Lakers, comenzamos a intuir que la ficción es real, todo fue un mal sueño, y si al cabo nada ocurre en el vecindario será porque en realidad NADA ocurre. ¿Guerra? ¿Qué guerra? Celebramos una victoria permanente. Arrancó en la cubierta de un portaviones en 2003. Programará fuegos artificiales y martinis de sangre hasta 2103.
Si no vences a tu enemigo, prolonga la carnicería. Nadie contaba con el aburrimiento, que diluye en coágulos de tristeza la rectitud de los cuatro pacifistas, el guateque de muertos y el aluvión de rectificaciones (armas de destrucción masiva, etc.). Según le explica Paul Friedaman, vicepresidente de CBS News, a Bauder, "la historia allí es muy difícil de cubrir y hay poco que no hayas dicho o mostrado ya". Visto el decimoquinto funeral, vistos todos.