
Soy de los que considero que la importancia de la reunión de Washington está sobredimensionada por sus promotores. En primer lugar por el formato elegido: G-8 más G-20 es una reunión mixta que congrega a países de distinta naturaleza y con falta de cohesión de intereses. Su convocante es un político en desbandada que ni siquiera tiene poder moral para vincular en las conclusiones a su sucesor, que además ya estará elegido in péctore cuando se celebre la asamblea. No hay propuestas encima de la mesa con tiempo suficiente para la celebración de debates. Probablemente sólo será una tormenta de ideas.
Lo ocurrido en esta crisis es de tal gravedad que ni siquiera los responsables son capaces de explicar los límites de lo que está sucediendo ni por supuesto el alcance de sus consecuencias en una economía que necesariamente va a ser distinta. Los aficionados a los vaticinios empiezan a hablar del verdadero comienzo del siglo XXI en la reunión de Washington y comparan el momento histórico con la caída del comunismo.
Existen varias posibilidades para el futuro. La primera sería poner un parche en el sistema, refundando el capitalismo, con algunos controles más eficaces en los escasos instrumentos de regulación de los mercados. En esos parámetros estaría el “ejemplo español”. Y, ¿en qué consiste?: sencillamente en haber sufrido anticipadamente una crisis bancaria en la que el estado español inyectó proporcionalmente la misma cantidad de dinero para blindar el sistema financiero en el final de los ochenta. El caso Banesto y lo ocurrido con otros bancos más pequeños hizo emerger una reglamentación garantista en el Banco de España que ha vigilado los movimientos bancarios con eficacia pese a las quejas de quienes creían que eso encorsetaba a las entidades financieras.
Pero si se trata sólo de eso, que no es poco, la reunión de Washington es un exceso, una alharaca desbordada para sentenciar que los bancos centrales deben hacer su trabajo. Lo debían haber hecho y al contrario se dedicaron a desreglar el funcionamiento del sistema financiero.
Hay muchos aspectos no tan visibles de esta crisis que merecen reflexiones más profundas. En primer lugar el papel de la política democrática en la economía. El dogma de que el estado es un factor de molestia en el universo de eficacia de los mercados ha caído al fondo del abismo de la historia en donde yacen las ideologías muertas. Ahora se debiera tratar de reivindicar la dignidad de la política y del estado y su responsabilidad de intervenir no sólo para salvar al capitalismo de su destrucción.
El pensamiento socialdemócrata tiene la gran oportunidad de recuperar su espacio en un mundo que necesita armonizar demasiados intereses contrapuestos y en donde la redistribución de la riqueza está promoviendo abismos más grandes incluso dentro de las democracias consolidadas.
Podemos y debemos asistir a Washington pero sería un error conceder a ese cónclave la capacidad definitiva de definir nuestro futuro.
C.C. "Elplural"